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Nuestras cosas

Nuestros logros, nuestras hazañas, nuestros miedos, en definitiva, nuestra historia. Pedacitos que unidos nos van conformando, nos van modelando.


LAS ABUELAS Y LAS REDES SOCIALES: SKYPE
Tenemos una tía abuela que se desvive por nuestros hijos. Y desde que estamos en Massachusetts, ha decidido, a sus más de setenta años, ponerse al día con el tema de las redes sociales
Skype y Whatsapp ya son herramientas que domina y con las cuales tenemos conversaciones más o menos divertidas y casi siempre desconcertantes. 
Whatsapp es la vía de comunicación más fluida y con la que nos liamos muchas veces, aunque siempre es gratificante encontrar a la tía abuela al otro lado de la línea.
Pongo algunos ejemplos de comunicación a través del Whatsapp en la que no siempre se ha llegado a un entendimiento por las dos partes:

Tía abuela: "Qwjrd."
Yo: "OK, mensaje en clave. Intento descifrarlo pero no lo consigo."

Tía abuela: "¿no te va el guaps? no me dices nada."
Yo, al cabo de muchas horas: "El Whatsapp funciona, pero no he podido contestarte antes."

Tía abuela: envío de una foto de mi sobrino pequeño, aunque la fotografía no es una de las cualidades de mi preciosa tía y el peque sale borroso y mal enfocado.

Tía abuela: envío de un vídeo sobre nuestra ciudad que no puedo descargar por lo grande que es.

Tía abuela: "Tráeme el medicamento del pequeño."
Yo: "Vivo al otro lado del océano, no me va bien ahora traer ningún medicamento. Debes enviar este mensaje a mi cuñada, la mamá del pequeño."

Tía abuela: "¿les gustará a los niños para Reyes un libro de Harry Potter?"
Yo, en mi horario de noche, con lo cual es horario de las tantas de la madrugada al otro lado del océano: "Ya lo tienen."
Tía abuela, al cabo de un segundo (es decir, que a las tantas ha escuchado el bip bip del móbil, se ha levantado y se ha enganchado a escribirme un mensaje vital): "Pues piensa en algo que les pueda gustar."

Yo: Envío por Whatsapp fotos de los niños.
Tía abuela: "¡Qué guapos y mayores están!¿Cuando les cortarás el pelo?"
Si, este es un tema recurrente entre mi madre y la tía.

Tía abuela: "¿Me has llamado?"
Yo: "No. Ayer me llamaste tu pero yo no te había respondido aún."

Y así, entre risas, desconciertos y malentendidos, vamos progresando adecuadamente en nuestras conversaciones. 
La tía abuela está al corriente de la vida diaria de mis dos churumbeles y yo estoy al día de lo que pasa en mi ciudad y en mi familia.
Ahora, con las nuevas tecnologías, los quilómetros (o las millas) de distancia no son un impedimento para que los que vivimos lejos de nuestro país de origen no estemos enterados de todo lo que acontece alrededor de nuestro entorno más familiar.
Y ahora, los mayores han hecho de tripas corazón para ponerse al día con los adelantos de la técnica. 
Reconozco que me conmueve infinitamente observar los adelantos de mi tía abuela con el Whatsapp. Cada pequeño paso en el que ella mejora está implícito el amor que siente por nosotros.
Si, realmente, el amor es el motor del mundo.



COMPRENDIENDO PELÍCULAS AMERICANAS
He crecido viendo películas americanas. Las mejores, supongo yo, puesto que cruzaban el charco. O debo decir las más populares. Muchas de ellas me han gustado, incluso algunas de ellas las guardo en un cajón de la memoria titulado "películas impresionantes".
He visto superproducciones, en el que no ha escaseado el dinero para producir efectos espectaculares y espeluznantes. He visto películas de bajo presupuesto y con unos diálogos extraordinarios que te llegan al corazón.
Todas estas películas americanas las vi y escuché en español. Sin versión original, perfectamente dobladas.
Las versiones dobladas te permiten contemplar una película escuchando los diálogos en tu lengua y entender la película de cabo a rabo.
Además, los actores de doblaje acostumbran a ser personas con una gran voz. Algunas voces diría que son divinas. O sea que es super agradable escuchar unos chorros de voz que inundan tu estancia mientras te deleitas al máximo con la película.
Pero las versiones dobladas conllevan unos problemas importantes, que yo no detecté hasta que aprendí a ver películas americanas en versión original no doblada:

Problema número 1
Desconocer la voz real de los actores de las películas
Crecí pensando que Al Pacino, Dustin Hofmann, Silvester Stallone y Robert de Niro tenían la misma voz. Sensual, masculina, grave, muy de macho ibérico. Porque estas grandes estrellas de la pantalla eran dobladas en español por el mismo actor de doblaje. Por supuesto, era él quién tenía la voz sensual, masculina, grave, muy de macho ibérico.

Problema número 2
Es imposible traducir con significado un texto original manteniendo totalmente su estructura
Si mantienes las mismas palabras, seguramente se perderá el significado. Si mantienes el mismo significado, seguro se pierde la estructura gramatical inicial.

Problema número 3
Los sentimientos que la película despierta en el espectador
Este es el problema principal, muchas veces provocado por el Problema 1 y/o 2, otras muchas por el hecho de que muchas películas americanas se filman en Estados Unidos, con guionistas estadounidenses, que llevan implícita una marcada cultura americana, a favor o en contra de unos hechos que delimitan el curso de la película.

Vivir en Estados Unidos conlleva conocer gente de aquí. Gente con generaciones viviendo en el mismo rincón de Massachusetts, o personas de primera generación, o de segunda. Todos ellos, o sus antepasados, llegaron aquí en busca de mejores condiciones de las que tenían en su país de origen. Todos, todos, conforman el mapa diverso de la cultura estadounidense, y muchos de ellos mantienen unas costumbres y unas tradiciones típicas de aquí y de ningún otro lugar.
Vivir en Massachusetts me da la oportunidad de descubrir su cultura, de porqué a los bostonianos les emocionan unas cosas diferentes de las que me emocionan a mí, de porqué les gusta una comida tan diferente de la mía. Desde que estoy aquí, paseo por la calle con mis deportivas y mantengo mis merceditas preciosas para ocasiones especiales. Aquí, saludo a la gente que conozco muy bien abrazándola con un solo brazo, y no con dos besos como siempre hacía. Respeto su manera de entender las cosas, aunque sean diametralmente opuestas a mi manera de actuar. Voy con una sonrisa en la boca y saludo con un "¡hola qué tal!" mucho más efusivo de lo que para mi gusto es necesario. Y disfruto impregnándome de unas tradiciones hasta ahora por mi desconocidas (a no ser que las hubiera descubierto en alguna película).

Y todo, todo esto, me sirve para entender mejor sus películas. Esas películas que he disfrutado desde pequeña tumbada en el sofá de casa de mis padres. Con las que me he emocionado, he llorado, he disfrutado a carcajadas... pero con las que ahora me emociono al máximo, puesto que ahora, ahora realmente es cuando empiezo a comprenderlas en toda su intensidad, puesto que definen unos hábitos, una manera de pensar y de ver las cosas, que antes de vivir aquí no había intuido ni por casualidad. 

Imagen de la película "Boyhood", de la web rollingstone.com




BABYSITTERS
Me he atrevido a contratar a dos babysitters (niñeras). No me gusta contactar con ellas a través de redes sociales. Como mamá que soy, necesito referencias, aunque mínimas, de personas que estén a mi lado o que al menos conozca vagamente. 
Un papá del cole me dió el teléfono de una chica de catorce años vecina de mi casa, con la que contacté la primera vez que me atreví a ir a cenar con mi marido sin los niños. 
Con la otra, contacté a la salida de la escuela, al comprobar que era la babysitter del amor secreto de mi hijo menor.
Y con estas dos experiencias, puedo decir que he experimentado dos tipos de babysitter:

las divertidas y las aburridas.

Las divertidas son aquellas que hacen lo que los niños prefieren. Juegan a los juegos preferidos de mis pequeños, saltan, corren, ríen con ellos sin parar. Pueden jugar a guerras de agua, quedándose todos empapados a los cinco segundos de llegar la babysitter en cuestión. Pueden hacer dibujos un poco demasiado gores para mi gusto e incluso pueden jugar en la calle (¿para qué diantre tenemos jardín, si ellos prefieren jugar donde hay asfalto?), con el riesgo de que la pelota llegue cerca de donde circulan los coches.
Las divertidas no procuran que se terminen toda la cena que mamá ha dejado lista y preparada, medio caliente y que sólo necesita un poco de microondas. Tampoco friegan los platos después de la cena, aunque con un poco de suerte puede que los dejen en el fregadero.
Las divertidas juegan con los peques a juegos con la consola e incluso pueden ganarlos. Y la hora que mamá ha indicado para ir a la cama dista bastante de la hora en que  ellos se van a la cama, extenuados de tanto jugar, de poco comer y contentísimos de tener a la babysitter en casa, sin haber pensado ni un minuto en esos papás que están cenando fuera y muy probablemente hablando de ellos, de lo maravillosos que son y de como los quieren.

Las aburridas llegan a casa y los niños ya saben, con tan solo un vistazo, que ella no estará dispuesta a todo, que no pueden mojarla con agua y que ella seleccionará los juegos a los que está dispuesta a jugar y los que no. 
Las aburridas procuraran que los niños se terminen toda la comida preparada por mamá con amor, y usarán la paciencia, lo dirán cincuenta veces, pero los niños terminarán la sopa y el pollo finalmente.
Las aburridas no jugarán con ellos en la consola y los llevarán a la cama demasiado pronto para el gusto de mis peques pero a la hora exacta que mamá habrá indicado. Quizás en este momento los churumbeles se acordarán de que papá y mamá les leen un cuento antes de ir a la cama, puesto que la babysitter no lo hace.

Al llegar los papás a casa, las babysitters cobrarán por los servicios prestados y marcharán con una sonrisa y una promesa de que estarán disponibles para la siguiente fecha.

Al marchar la babysitter divertida, los papás llevarán a la cama a los pequeños que aún se resisten porque quieren seguir viendo la película de televisión que estaban viendo con aquella chica tan divertida que no quieren que se vaya.

Al marchar la babysitter aburrida, los papás entrarán en la habitación de los hijos y les darán el beso de buenas noches. Ellos, ya dormidos, ni se darán cuenta. Los papás se irán a la cama con una sonrisa no sin antes observar a los peques dormidos y relajados.

¿Con cual me quedo yo? Fácil: con las dos. Si siempre viene la aburrida, mis hijos llegará un punto que no la querrán, puesto que recordarán que una chica antes jugaba con ellos y hacía lo que ellos querían. Si viene siempre la divertida, ellos estarán felices pero no seguirán ninguna de las normas impuestas por mamá. Como en casi todo en esta vida, encontrar el equilibrio es lo más importante.



JUGANDO
Esto no ha cambiado. Han pasado casi cuarenta años y este tipo de juego es el mismo. ¡Impresionante!

Dícese de dos niños de pie sobre una cama (a ser posible, una cama grande. A ser posible, la cama de papá y mamá). Las luces de la habitación están apagadas, la noche va llegando, se acerca la hora de ir a la cama pero mamá aún no ha dado el último aviso (ni el penúltimo, ni el antepenúltimo).
Uno de los niños tiene una linterna pequeñita con la que proyecta luz en la pared. Algunos de sus juguetes preferidos están dispuestos en fila india en la cabecera, preparados para actuar. ¡Y empieza la función!
El niño-narrador empieza a contar una historia, enfocando a los juguetes con la linterna, sacándolos (tirándolos) de su sitio original, mientras va explicando lo que les sucede en cada momento. La historia es muy rápida (aquí es donde se nota el cambio generacional, mis niños ven películas donde las imágenes son veloces, donde todo sucede en segundos, mientras que yo miraba embobada como Heidi paseaba por los verdes prados sin prisa por llegar a ningún lado) y los personajes van cayendo como moscas sobre el colchón. El niño-narrador no se cansa de hablar y de enfocar con la linterna a los muñecos a punto de caerse.
Y aquí, atención, el segundo niño entra en acción. El niño-narrador baja la voz para que el público no pueda escucharle, puesto que se dirige a su hermano, el niño-cantante (o mejor dicho, el niño-banda sonora). El niño-narrador le indica cuando es la hora de los efectos especiales: Ahora! Y el niño-cantante emite los siguientes sonidos: "Pom, pom, pom-pom!"

Como mamá, a mi me encanta observar a mis pequeñuelos disfrutando de lo lindo mientras su imaginación los lleva a sus historias particulares y divertidas, donde todo es posible y donde ellos dominan a los personajes quienes, impávidos, son lanzados arriba y abajo para que la narración sea original y vibrante. La banda sonora, que sale de las cuerdas vocales de mi pequeño, está especialmente diseñada para el evento en cuestión, con la particularidad de que nunca, nunca, vuelve a ser la misma. Incluso en una de las representaciones se atrevió con la flauta, pero él mismo comprobó que era más difícil de dominar un instrumento que no fuera su propia voz.

Como niña que fui, mis recuerdos de estos momentos son plenamente satisfactorios. Recuerdo que nos lo pasábamos en grande durante los susodichos ensayos. Y además, pisábamos terreno prohibido, puesto que la escena se representaba en la cama de los abuelos y nuestra madre ya nos había indicado que allí no se jugaba (cosa que lo hacía mucho más emocionante).

Yo nunca conté a mis niños las representaciones que yo hacía de niña, jugando con mi hermana. Y ellos han inventado el mismo juego, pero con el idioma diferente, ellos acostumbran a hablar en inglés, puesto que es la lengua con la que interaccionan durante sus horas de escuela. Aunque al dirigirse a mi marido y a mi (los espectadores de primera fila que aplauden aunque la función no haya acabado), cambian el idioma, normalmente.

Si, el tiempo vuela, muy muy rápido. Las costumbres, los juegos, la manera de ver las cosas, todo cambia. Vivimos en un mundo tecnológico, donde todos necesitamos nuestros teléfonos móbiles, donde no sabríamos ya vivir sin internet, donde cada vez más existen amigos a los que no les vemos la cara por estar en puntos dispares del globo terráqueo pero con quienes podemos jugar a diario. Y cuando compruebo que mis hijos se divierten de lo lindo usando tan solo su imaginación, mi boca dibuja una sonrisa de satisfacción, de aprobación, de saber que los niños son niños y que lo principal no es tener el juego más anunciado en televisión, ni la tablet más cara del mercado. Lo esencial continua dentro de los niños. Su capacidad de imaginar mundos, de contar experiencias no vividas, de disfrutar con pocas cosas. Somos muy diferentes pero en el fondo, somos muy iguales. Y eso me gusta.



CELEBRANDO ANIVERSARIOS DE BODA
Diez años de matrimonio. Como si nada. Han pasado volando. Parece que fuera ayer que nos prometimos amor eterno (para nuestros adentros, puesto que los votos matrimoniales no son muy cursis que digamos).
En estos diez años, ha habido momentos dulces y momentos amargos, momentos para recordar y momentos para olvidar.

¿Qué sensación tengo de estos diez años? Recuerdo que hace diez años decidimos construirnos una casa cerca de nuestra familia, cerca de nuestros amigos y nuestros trabajos respectivos. Planeamos que sería la casa de nuestros sueños, donde crecerían nuestros hijos y donde viviríamos felices el resto de nuestras vidas. Una casa con jardín, para que nuestros futuros pequeñuelos disfrutaran a lo grande, mientras nosotros observaríamos el tiempo correr dándonos la mano. Queríamos eso. Y si, tuvimos la casa con jardín, la hipoteca y los niños. Y allí vivíamos felices, rodeados de nuestros familiares, de nuestros amigos y trabajando cada uno en un trabajo que nos apasionaba.
Pero un buen día llegó la expatriación. Y dejamos la casa y el jardín, la familia, los amigos y en mi caso yo también el trabajo. Y nos convertimos en otros de muchos expatriados, de esos que dejamos la patria para empezar de nuevo en otro lugar.
Y lloré. Porqué a la gente nos gusta planear el futuro y lo que habíamos planeado no se asemejaba a lo que nos esperaba. Y lloré, porqué empezar de nuevo en otro país, lejos de los tuyos y de tus costumbres asusta mogollón. Y lloraba mi madre, mi padre y mi suegro. Y pensábamos si los niños se adaptarían a un futuro lleno de interrogantes.
Y así, con el corazón en un puño y las maletas cargadas, nos dispusimos a emprender el rumbo de una nueva vida. Mi marido, nuestros hijos y yo.

De esos diez años, lo mejor que nos ha pasado ha sido tener a nuestros hijos. Dos chicos como dos soles, llenos de creatividad, buen humor e imaginación, a quienes les encanta correr, saltar y reír, leer, bailar y aprender. 

La segunda mejor cosa es continuar queriéndonos los dos como pareja, continuar contenta cuando llega mi marido a casa y me besa, y me mira con esos ojos que lo dicen todo sin decir nada. 

La tercera mejor cosa es la expatriación. Si, si, habéis leído bien, la expatriación está siendo una experiencia extraordinaria.

Merece la pena conocer nuevos mundos, abrir tu mente a nuevas sensaciones, nuevos amigos y nuevas oportunidades. Es apasionante contemplar la adaptabilidad de tus peques al entorno. Mis hijos hablan un inglés-americano casi perfecto, tienen amigos que provienen de culturas muy diferentes, y se desenvuelven con soltura, habiendo aparcado la timidez hace ya mucho tiempo. 
¿Y yo? pues he aprendido a reinventarme. Me gusta conocer nueva gente y descubrir las oportunidades que el entorno puede ofrecerme, así como descubrir lo que yo puedo ofrecer. Me gusta aprender nuevos idiomas y mejorarlos, me gusta comprobar la simpatía de la gente con la que me cruzo por la calle y tener nuevos amigos.
El núcleo familiar en la expatriación somos mi marido, nuestros hijos y yo. Y eso te une más como familia y también como pareja. Contamos con nosotros mismos para resolver nuestros problemas. Aunque los nuevos amigos también están cerca y pueden echarte una mano, somos nosotros cuatro los que contamos en el día a día, los que nos sabemos cerca.

¿Cosas negativas? Pues claro que las hay. El estar lejos de tu familia en momentos buenos y sobretodo en los malos. No poder abrazar a los tuyos en momentos de desconsuelo o de alegría. No poder compartir aquellos instantes con los amigos de toda la vida. Añorar el olor del mar o de la sopa de tu madre. 
Todo tiene su lado positivo y su lado negativo. Muchas veces, la positividad o negatividad están dentro de ti. 

Considero un privilegio el poder vivir una experiencia como la que estamos viviendo, creo que es el mejor regalo que podemos ofrecerles a nuestros hijos.

Si, diez años de matrimonio han pasado ya. Hace diez años no se nos habría ocurrido ni en sueños que viviríamos las experiencias vividas hasta hoy. Deseo que continuemos descubriendo, descubriéndonos muchos años más.





NUEVAS AMISTADES
Una de las cosas más chulas de la expatriación es el hecho de conocer nueva gente.
Si, pues claro que echo de menos a mis amigos de toda la vida. Aunque gracias a las nuevas tecnologías aún estoy conectada con la mayoría, nuestras charlas son cortas y cada vez más espaciadas en el tiempo. Y es normal. Todos llevamos nuestro ritmo, nuestros horarios. A eso cabe sumarle que cuando yo me levanto ya es mediodía al otro lado del océano. Pero ellos saben que yo estoy y yo sé que ellos están.
Conocer a nueva gente es interesante, curioso y divertido.
Interesante porque descubres nuevas maneras de ver y de pensar, de actuar y de sentir. Viejas tradiciones para ellos, que están orgullosos de mostrarte, representan un aprendizaje para ti. Y lo vives con intensidad y agradecimiento.
Curioso por como te relacionas con unos y no con otros. Gente con la que conectas al instante y gente con la que te cuesta interactuar. Gente que sin mediar palabra sabes que te caen bien y con la que montas una comida con cualquier excusa para comprobar si tu instinto no te falla.
Divertido por las nuevas anécdotas que surgen, porque mezclas tu lengua materna con la lengua del país de acogida en la mayoría de frases y todos hacemos un esfuerzo por entendernos. Y porqué se abre un nuevo mundo desconocido hasta ahora de vivencias y anécdotas dignas de ser contadas.

Si, el colegio de los niños es nuestro punto para conectar con gente. Hemos conocido un montón de papás y mamás con situaciones familiares parecidas a las nuestras. 
Es divertido, curioso e interesante también comprobar que los mejores amigos de tus churumbeles son los hijos de algunas de las parejas con las que conectamos. Y eso es fantástico.
Aquí en Massachusetts hay una mezcla de etnias impresionante. Supongo que las universidades de alrededor alimentan esta interculturalidad y el resultado es fascinante.
Desde que llegamos, he conocido a una mujer china que ha vivido en Beijing, Vancouver y Boston; un hombre indio que ha pasado la mitad de su vida en la India y la otra mitad en Boston; una abuela india con la que hablamos en el parque esperando a los niños mientras juegan (con más mímica y buena voluntad que inglés); una tatarabuela de noventa y tres años a quién le encanta cultivar las flores de su jardín; una pareja de neoyorquinos con los que compartimos gustos y aficiones; unos argentinos simpatiquísimos que cocinan como los ángeles; una bostoniana que ha vivido toda su vida en la zona; una croata que aterrizó aquí por amor, una abuelita británica viuda de un holandés, con hijos y nietos americanos cien por cien; una mujer japonesa tímida y siempre con una sonrisa en los labios... a veces creo que Babel se erigió en este territorio. Aunque ahora, todos los habitantes estamos conectados por un idioma común, el inglés (ay, perdón, ¿debo decir americano?).

Y a cada persona que conozco, la saturo con preguntas. Me entusiasma saber qué motivo les ha traído aquí, si echan de menos la casa de su infancia, cuanto tiempo cuesta acostumbrarse a la nieve y cuanto tiempo nos lleva tener un inglés correcto (ya no digo perfecto, eh? que mi acento ya no me lo cura nadie). 
Y ellos contestan. Y también preguntan. Porque la curiosidad está permitida y además es sana. Porque la curiosidad te permite entablar conversaciones que pueden alargarse hasta las tantas (aquí hasta las tantas son las siete de la tarde) y mediante las preguntas vas conociendo los entresijos de la vida de unos perfectos desconocidos al principio que, poco a poco, se van convirtiendo en tus amigos, tus vecinos, aquellos a quienes recurres cuando necesitas tomar un café, o celebrar una fecha señalada, o incluso en caso de adversidad. 
Mis nuevos amigos.



EL RATONCITO PÉREZ EN AMÉRICA
Parece que el dicho "la primavera la sangre altera" se cumple en nuestra familia. Después de un invierno blanco, frío y largo, las primeras flores empiezan a sacar su cabecita de colores entre la hierba, los pájaros cantan, las ardillas trepan por los árboles... y los dientes de leche de mis dos churumbeles empiezan a moverse.
Anteayer, mi hijo mayor empezó a notar que se le movía un diente. Y tanto y tanto lo notó (vamos, que se lo tocaba con los dedos y con la lengua constantemente, sin cesar), que ayer le cayó. Justamente en clase de arte. Yo creo que muy concentrado en la pintura no estaba precisamente.
Cuando fui a buscarlos al cole, el mayor me sonrió con su boquita abierta, orgulloso de mostrarme que su dentadura contaba con un diente de leche menos. Consigo traía un paquetito de papel y en inglés, claro está, su profesora había escrito: "diente dentro". Mi hijo cogía ese papelito como si de un tesoro se tratara. 
Al llegar a casa, empecé como siempre a dar órdenes para que limpiaran su mesa de trabajo, para que recogieran su ropa del suelo, para que ordenaran los cuentos que ya habían leído... evidentemente la mesa de trabajo no se limpió como yo quisiera, la ropa del suelo continuó en el suelo y creo que por la noche divisé más cuentos  esparcidos por doquier de los que había por la tarde. Al llegar la hora de ir a la cama, pensé que seguramente el diente caído de mi mayor habría sido engullido en alguno de los escenarios que acabo de nombrar. Pero no. El diente estaba intacto en la mano de su orgulloso amo, quien la colocaba delicadamente debajo de su almohada.
El día anterior pregunté a mis hijos si ahora, viviendo en América, era el Hada de los dientes (Fairy tooth) o el Ratoncito Pérez, el que acudía a cambiar el diente por un regalo. Su padre y yo intentamos convercerles que seguramente el Ratoncito Pérez llamaba (por teléfono) al Hada para que ésta reemplazara el diente por el regalo, puesto que ella vivía mucho más cerca de nosotros. Pero mis hijos fueron tajantes: quien venía a visitarlos por la noche cuando un diente se había caído era el Ratoncito Pérez. No importaba lo lejos que viajara, no importaba si no le habíamos enviado la dirección de nuestro nuevo hogar. El Ratoncito Pérez sabía dónde y cuando debía acudir a buscar los dientes caídos de mis dos churumbeles. 
Y así fue. A la mañana siguiente, mi hijo mayor se despertó y metió la mano enseguida debajo de su almohada. Y allí estaba el regalito del Ratoncito Pérez. No era el helicóptero teledirigido que mi hijo pretendía conseguir con su diente esmaltado, pero el regalito le hizo mucha ilusión y enseguida empezó a pelearse con su hermano para ver quién abría el regalo. Bonita situación. Si, definitivamente, mis hijos no dudaron ni un segundo en afirmar que era el Ratoncito Pérez quién acudió a la cita raudo y veloz. El Hada de los dientes no conoce ni nuestros gustos ni nuestra casa, me comentaron los dos.
Debo decir que el Ratoncito Pérez tuvo bastantes complicaciones a la hora de encontrar el diente. Después de buscarlo metiendo sus manos debajo de la almohada, tuvo que levantar a mi hijo dormido para poder buscarla mejor, utilizó una linterna e incluso revisó el suelo porque no aparecía. Mientras, mi hijo se dejó menear sin que ninguno de los movimientos bruscos empleados por el Ratoncito Pérez consiguiera despertarle. ¿Que cómo lo sé?¿Quizás lo he soñado?


PASSOVER
El cole de los niños es nuestra fuente de socialización principal. Gracias a las fiestas de cumpleaños y a las Playdates (una hora de juegos en casa de un u otro compañero de clase), hemos conocido a papás y mamás a cada cual más interesante y divertido. 
En una de las mencionadas fiestas de aniversario, conocimos a una pareja con la cual estamos congeniando y que son super simpáticos. Y el otro día, sin más, recibí un mensaje telefónico de ella en el que nos invitaba a celebrar el Passover en su casa. ¿Y qué es el Passover? pues es la celebración judía que conmemora la liberación de los judíos de Egipto. Enseguida aceptamos la invitación, puesto que siempre nos gusta conocer nuevas tradiciones, y si es con gente que además nos cae muy bien, pues perfecto. 

Así que llamamos a la puerta de su casa a las tres y media de la tarde para cenar. Si, si, para cenar, no para el almuerzo. Aquí, esto de cenar se hace temprano, hacia las cinco o las seis de la tarde, con lo cual luego te queda tiempo para... para todo (incluso para volver a cenar). La casa olía a las mil maravillas, y la anfitriona iba poniendo y sacando comida del horno a cada cual más deliciosa. 
Al final nos sentamos todos en la mesa. En el centro, había un plato con piezas de comida, cada una de las cuales tenía un significado dentro de la historia de la huida de Egipto: perejil, lechuga, pollo, ... El anfitrión puso una música típica hebrea mientras su mujer cogió un cuento sobre el Passover y empezó a contárnoslo. ¿Y de qué va la historia?¿Recordáis la película "Los Diez Mandamientos", con Charlton Heston? Si tienes unos cuarenta años o más es imposible no acordarte, puesto que, al menos en España, por Pascua, cada año tocaba ver ésta película o la de "Ben-Hur", también del musculoso Mr. Heston. La versión nueva de "Los Diez Mandamientos" se llama "Exodus" con Christian Bale en el papel de Moisés. Pues a lo que iba, la anfitriona nos contó la historia de Moisés y cómo consiguió liberar a los judíos de Egipto, mediante las diez terribles plagas que Dios infligió a los egipcios. Como cuenta cuentos, la mujer era extraordinaria y consiguió captar la atención de sus hijos y de los míos, que miraban el libro con interés. 

Historia acabada, música apagada y ¡a comer! Mis hijos quedaron encantados con el Matza, una especie de pan sin harina ni levadura, típico de esta fiesta, que recuerda como durante la salida de Egipto, los judíos no tuvieron tiempo a que su pan creciera. 
Además de las dos famílias, la de los anfitriones y la nuestra, había también un invitado especial: Elijah (el profeta Elías). Se trata de un invitado invisible, pero al que se le deja un vaso de vino en la mesa, por si quiere degustarlo en nuestra compañía, aunque nosotros no podamos verlo. 

Otra parte de la tradición consiste en esconder un trozo de matza y que los peques de la casa lo encuentren. Cuando lo hacen, reciben una golosina como premio. Y también tocamos ésta parte de la fiesta, los churumbeles encantados de deambular por toda la casa en busca del tesoro.


Los niños comieron matza hasta la saciedad (la otra comida era elaborada y deliciosa, mientras que el matza era básicamente comprado en el super tal cual) y se fueron a jugar al sótano. Los padres nos quedamos sentados, acabando de degustar nuestra comida y bebiéndonos nuestro vino y el de Elijah, por si las moscas él no acudía a nuestra fiesta. Cuando los niños subían, los anfitriones les comentaban que Elijah había venido y se había bebido gran parte de su vino. Los niños no se sorprendieron en ningún momento. Y es que, en un mundo en el que existen los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez, el Hada de los Dientes y Santa Klaus, ¿qué tiene de extraordinario un chaval invisible cuya única particularidad es beber vino? Los niños acabaron con el helado de postres y con el matza que aún quedaba y volvieron a jugar. Al cabo de un buen rato, la celebración acabó y nos despedimos para regresar a casa, contentos de haber sido partícipes de una tradición milenaria con unos nuevos amigos entrañables.




EL PEDIATRA GUAY
¿Visita al pediatra?
Al matricular a los peques en el cole, uno de los documentos que te piden es el calendario de vacunaciones. Nosotros lo trajimos en español y la enfermera de la escuela y yo nos pasamos un buen rato delante del ordenador intentando descubrir si las siglas españolas coincidían con las americanas a la hora de definir los bichitos contra los cuales actuaban las vacunas.
Otro de los requisitos para matricularlos es que vayan a un pediatra de aquí. Y no es mala idea. Siempre es aconsejable, en cualquier parte, tener un pediatra de confianza, que te conozca al niño y sepa su historial médico. La pediatra maravillosa se quedó en nuestro país, no pude traérmela a Estados Unidos, con lo cual, al llegar a Massachusetts, busqué un pediatra cerca de nuestro hogar. Llamé al centro médico más cercano a mi casa y me asignaron uno. Al cabo de un día, tuvimos que ir al médico de urgencias. Mi pequeño había cogido un resfriado que su mamá pensaba que podría derivar en bronquitis, con lo cual conseguí una visita con el pediatra que me habían asignado. El buen hombre es afable y divertido, pero no consiguió sacarle ni un monosílabo a mi pequeño. Al salir de la consulta, yo, medio mosca, le pregunté a mi hijo porqué no había respondido a ninguna de las preguntas del médico, a lo cual él me contesta, con total naturalidad: "porque tu siempre me dices que no hable con extraños." Dejando aparte la mandíbula desencajada que me quedó en ese momento, después de unas semanas de espera, esta semana tocaba otra visita al pediatra para un Check-out o revisión completa. El médico era el mismo que nos atendió aquel día de urgencias. Antes de que él llegara a la consulta, una enfermera un poco malhumorada pesó, midió y tomó la presión a mis niños, mientras yo rellenaba unos cuestionarios sobre su comportamiento. 
Empecé a rellenar el cuestionario del mayor. Estando en ello, mi mayor me pregunta una cosa. Le contesto y continuo mi tarea. El pequeño me pide que le abra la puerta de un coche de juguete. Le digo que ahora no y continuo contestando. Los dos se pelean por un juguete que hay en la consulta y les digo que dejen de pelear y que jueguen como niños mayores. Continuo con el cuestionario... del mayor? Ay, quizás estoy contestando ya el del pequeño? Leo la primera línea, pero el pequeño me dice que quiere leer un cuento, le digo que se calle, continuo mi ... mi qué????¿Qué diantre estaba haciendo yo en estos momentos? 
A lo cual llega el pediatra. Es un pediatra guay. De unos cuarenta largos, con traje chaqueta y una sonrisa traviesa que convierte a la enfermera malhumorada en la más afable de las hadas de Disney. El pediatra, hoy si, consigue que mis niños abran la boca y les deje examinar los dientes sin morderle, logra que suban y bajen los brazos a su voluntad y que respondan las preguntas que les hace. Todas. Quedo maravillada, orgullosa de lo maduros que ya son mis churumbeles... hasta que el pequeño empieza a cerrar y abrir la luz de la consulta. Medio nanosegundo antes de que yo intente pararlo, el pediatra guay le pide que continue con ese ejercicio hasta contar a cincuenta, a lo cual mi hijo accede encantado. Continuamos la revisión en medio de lo que parece una discoteca, mientras mi hijo mayor le cuenta al pediatra que le duele un ojo. El pediatra mira al ojo de todas las maneras posibles, no consiguiendo visualizar nada irregular. Pero mi hijo continua con sus trece y el pediatra, con la paciencia de un santo, me da una receta para un colirio y me dice que mañana volvamos a la consulta si el dolor no le ha pasado.
Al acabar las cincuenta veces de luz y no luz, el pediatra acaba la revisión de mi hijo pequeño. 
Revisa los papeles que he rellenado (espero que no sean decisivos en ninguna valoración médica, puesto que no sé ni lo que he escrito) sin demasiado interés y con una sonrisa encantadora, me dice que ya hemos terminado. Al salir el pediatra, la enfermera de Disney vuelve a convertirse en la bruja malvada y nos indica la salida. 
Bueno, otro trámite de la vida en Estados Unidos superado, con el aliciente de ver que mis dos pequeños hombrecitos están sanos y que tienen asignado un pediatra guay, que ya los conoce y sabe manejarlos.
Por cierto, a mi mayor dejó de dolerle el ojo al cabo de cinco minutos de yo haber comprado el colirio carísimo que me recetó su pediatra guay.



BESO
¡Qué pases un buen día, mamá!
Tengo el privilegio, el lujazo de poder acompañar cada día a mis hijos al colegio. Aunque los quince minutos previos a salir de casa me desquicio, me pongo histérica y grito como una posesa para que se den prisa, se vistan, se hagan la cama, no chillen, no se persigan, tengan todo lo necesario en su maleta y toda la ropa de abrigo envolviendo su cuerpecito, cuando cruzamos el umbral de la puerta, aunque la brisa te hiela la nariz, el camino acostumbra a ser fácil y divertido. Los tres nos reímos, hablamos, (les doy un poco de prisa) y caminamos en fila india entre los montones y montones de nieve a cada lado de la acera. 
Y llegamos a la escuela. Saludamos a Jack, el policia retirado que cada día, puntualmente, regula el tránsito de niños y mamás y coches en la calle adyacente al cole. Y entramos en la escuela. Nuestras narices y mejillas poco a poco van tomando su color natural, pasando del rojo pasión al rosa molón. Y entre la multitud de niños subiendo las escaleras, también estamos mis niños y yo, allí mezclados. Antes de llegar a la puerta de la clase del mayor, éste ya me despacha con un beso fugaz en la mejilla y, sin ni siquiera mirarme, me da los buenos días. Acto seguido, el peque y yo nos dirigimos a su clase. Allí, saluda a alguno de sus compañeros, mientras se quita el gorro, los guantes, las botas... yo le beso en la mejilla, le digo que le quiero y que pase un buen día. Él me besa en la mejilla, me dice que también me quiere y también me desea un feliz día. Y ahí lo dejo, mientras voy caminando por el pasadizo con mi sonrisa puesta. 
Al llegar a la mitad del pasadizo, oigo un "¡Mamá!" que sobresale entre el griterío de los demás niños que van llegando a sus respectivas clases. Es mi pequeño, mi amor,  al lado de la puerta de su clase. Tiene la mano levantada y me va saludando y deseándome buenos días. En voz alta, sin importarle quién lo ve o quién no lo ve. Somos dos figuras y las demás se vuelven borrosas, no nos importan. Estamos él y yo. Y yo le devuelvo el saludo, le tiro un beso con la mano y le digo "Buenos días".
Y continuo mi camino, más contenta que unas Pascuas, orgullosa de ser madre y de tener el lujo inmenso de poderlos llevar al cole cada día.

AUTOCONFIANZA
Desde que nos expatriamos, he descubierto valores que antes no teníamos, ni como familia ni como individuos. Mi marido, mis hijos y yo, al estar habituados a los cambios, ya no tenemos ese miedo, ese pavor que entra a la gente ante cualquier adversidad. Pues claro que cualquier nueva situación es un reto, pero esta circunstancia es vista como algo positivo, algo que te permite seguir adelante, no estar estático, abierto a nuevas experiencias. El cambio es positivo. El cambio es normal. El cambio es bueno. Y merece la pena vivirlo.
Uno de los cambios que hemos vivido ha sido la transformación de mi hijo mayor. De pequeño, paseando por la calle de nuestra antigua ciudad, cuando nos encontrábamos a alguien conocido, a él le faltaba tiempo para esconderse detrás de mi. No quería decir nada, ni hablar con nadie. Ni siquiera a su mejor amigo del colegio. A mi me costaba horrores que saludase a alguien. No quería hablar con nadie por la calle. Un día nos encontramos a su profesor, paseando con su familia. Mi hijo se guardó de ni abrir la boca, aunque su pobre profesor y yo intentásemos en balde a que hablara, a que dijera hola, a que dijera adiós... a que emitiera cualquier sonido, válgame dios! Nada de nada. 
En la primera expatriación, el colegio era muy pequeño y los niños socializaban con los demás niños de todas las edades. Era normal ver a un chico mayor jugar con un niño pequeño, o una niña preadolescente mimando a un bebé que había venido a buscar a su hermanito en la escuela. Mi hijo mayor, aunque vergonzoso, iba socializando y familiarizándose con gente de todo el mundo, que hablaba en clase en inglés pero con sus mamás en una variedad de idiomas muy amplia. Hablaba con los mayores o con los pequeños, de igual a igual. La diferencia de edad no le importaba si encontraba a alguien con quien compartir sus ideas. Me quedé atónita la primera vez que lo vi hablando con desparpajo con un chico adolescente, con granos en la cara y que lo escuchaba atentamente. 
Aquí en Boston, las cosas han continuado del mismo modo. Igual habla con los profesores, que con sus compañeros de clase, y me interrumpe cuando voy a buscarlo y me encuentra charlando con alguna mamá... para hablar con ella y contarle su última idea para un invento genial!
Si, de acuerdo, podeis decirme que el niño ha crecido y que ha perdido esa extrema timidez del principio. Puede que eso haya influido un poco en su cambio. Pero estoy totalmente segura que ese desparpajo a la hora de hablar con todo el mundo lo ha adquirido gracias a las diferentes situaciones que ha podido vivir. Ha comprobado que todos podemos hablar y escuchar, ha comprobado que las buenas ideas pueden provenir de gente de todo el mundo, ya sea mayor o pequeña. 
Mi hijo mayor no es aquel niño tímido de provincias que no quería hablar con nadie. Mi hijo mayor es un niño que socializa con todo el mundo (a veces incluso creo que demasiado) y al que los mayores encuentran gracioso y los pequeños adorable. Su autoconfianza no ha sido innata (su hermano menor la tiene desde que lo parí, pero no es el caso de mi mayor), la ha adquirido durante nuestra expatriación. 
Una mujer que conozco me comentaba, perpleja, al observar a mis niños, que sus hijos de pequeños eran muy retraídos y que nunca hablaban con nadie, muy al contrario de los míos, a los que a veces tengo que dar toques de atención para que se callen un poco y dejen tomar el tema de conversación a los mayores. Y me hincho de orgullo (y de miedo) al saber que mis niños se me están "espabilando" muy rápido.





VIAJE DE VUELTA
¿Es largo el viaje de vuelta a Boston desde Barcelona?
Venga, a volar otra vez. Después de las vacaciones navideñas, regresamos a la normalidad de Boston: niños al cole, comida organic, mucha agua y unos cuantos cafecitos, ya sean del Starbucks o de casa. 
Empezamos la jornada de vuelta yendo al aeropuerto. Muchas familias como la nuestra regresando a sus hogares. Demasiadas colas y esperas largas. Al final, nos sentamos en el avión sin haber podido tomar el café de la mañana. Empieza el vuelo. Vemos una película, cada uno, una de diferente. El vuelo se hace largo, largo, larguísimo. Hay turbulencias y nuestros estómagos casi no lo resisten. Aunque pequeñas turbulencias, son persistentes en casi todo el trayecto, con lo cual llegamos al aeropuerto de New York como patos mareados. En este estado, debemos pasar control de aduanas, puesto que el de New York es el primer aeropuerto americano que pisamos, sacar maletas, y volverlas a facturar. Tenemos dos horas para hacer esto antes de coger el vuelo que nos llevará a Boston. Pero el avión llega tarde, nos queda hora y media. Treinta minutos en el control aduanero (cola y escaner de dedos, foto sin gafas y sello nuevo de entrada). Queda una hora. Coger las maletas de la cinta, diez minutos. Nos quedan cincuenta minutos. Una trabajadora del aeropuerto se apiada de nosotros cuando nos ve cargados con las maletas y gritando a los niños para que nos sigan; nos ayuda en el transporte de maletas y nos indica dónde debemos dejarlas, aunque ve casi imposible que podamos coger el vuelo. Nos quedan 30 minutos. Corremos por el aeropuerto, embarcamos de nuevo (todos los enseres en cajas para pasar el escáner, descalzos otra vez), pero el tipo que observa el escáner no tiene la prisa que tenemos nosotros. Nos mira con aires de superioridad y nosotros nos desesperamos!!!! Quince minutos! Pasamos deprisa, calzándonos mientras corremos y gritando otra vez a los pobres niños, cogemos un bus y nos lleva a la puerta correspondiente. Llegamos justo a tiempo para el embarque!!!!!!! Si mi profe de educación física me hubiera visto corriendo como una posesa y arrastrando las maletas, no me habría reconocido (¿o si?). 
Después de todo el ejercicio (espero que haya servido para bajar alguna caloría como mínimo), el avión va con retraso y nos esperamos más de una hora dentro. Al final salimos y llegamos a Boston en un plis plas. Los niños durmiendo, los despertamos a la llegada y van como zombis por el aeropuerto. Espera de maletas, taxi hasta casa... estamos agotados!!!!!!! Si, el viaje es largo, pero ya estamos en casa! Buenas noches!!!!!!


JET LAG DE IDA
¿Es real el jet lag de ida?
De vuelta a casa para las vacaciones navideñas. De puerta a puerta, más de veinticuatro horas. Taxi, aeropuerto de Boston, aeropuerto de New York, espera larguísima y aeropuerto de Barcelona. Coche de alquiler y a ver a la abuela! Los niños están entusiasmados con mi madre, que los mima hasta la saciedad. Después de una comida sabrosa, siesta con ronquidos. Nos levantamos a las siete de la tarde y paseamos un poquito. Hora de cenar y de dormir. Mañana por la mañana tengo muchos encargos por hacer, me levantaré temprano para ver si puedo con todos. Segurísimo que escucharé las llaves de mi padre cuando éste salga de casa. Así pienso despertarme. Caramba, papá no se levanta. Qué raro, parece que en el pasadizo hay luz natural. Si aún es de noche! Miro el reloj. Las seis y media de la mañana... las seis y media de la mañana? No he cambiado la hora! No estamos en Boston, con lo cual, la hora real es: las doce y media del mediodía!!!!!!!! Maldito jet lag! Y pensar que me creía inmune a esta palabra y a sus efectos devastadores! Los cuatro hemos dormido a pierna suelta más de doce horas! Toda la mañana perdida (o quien sabe, quizá ganada), durmiendo según el horario al que nuestro organismo se ha acostumbrado las últimas semanas, es decir, al horario de Boston!

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