Hay muchas, muchas cosas diferentes entre nuestra casa patria y la América de los pilgrims, donde actualmente vivimos.
Aunque una de las cosas que yo consideraba que no habían cambiado es el lenguaje con el que se hablan los animales entre si. Craso error. Aquí, las onomatopeyas para definir como "habla" un pájaro o un perro son diametralmente opuestas a las que yo usé de pequeña.
El otro día mi pequeño me dice:
"Mira, mamá, qué pajarito tan bonito, y cómo canta: "¡cacaaaa, cacaaaa!"
¿Pero como que "¡cacaaaa, cacaaaa!"? Los pajaritos no dicen "¡cacaaaa, cacaaaa!" al hablar, dicen "piiiiuuuuu, piiiiuuuuuu" y si son pajarracos, como mucho les sale el "Pio, pio".
Al día siguiente, mi mayor me dice que había escuchado al perro de los vecinos ladrar:
"Mamá, el perro ladraba "¡uof, uof!" hasta la extenuación, no había manera de que callase".
¿Pero como que "uof, uof"? Los perros dicen "bup, bup" o depende de la raza "guau, guau", no el "uof, uof" que tu me estás contando, ¡por favor!
Conclusión, mis hijos son capaces de pronunciar sonidos vocálicos que mi cerebro ya ha declarado como imposible de que mis cuerdas vocales puedan pronunciar. Y además el oído interno de mis hijos entiende un idioma animalístico totalmente diferente al que yo entiendo.
Esto de vivir en Massachusetts cambia las ondas que reciben nuestros retoños acostumbrados al inglés. Pero las mías no.
Comentarios
Publicar un comentario