¿Love is in the air?
No, el amor no está en el aire. El amor está en las tiendas, en los supermercados, en los restaurantes, en las escuelas y en las casas.
El amor en tiendas y supermercados:
A los americanos les gusta regalar tarjetas bonitas felicitando a cualquier persona por cualquier evento. Tienen tarjetas para cumpleaños, para bodas, para acompañarte ante la muerte de un ser querido, para Navidades, para... para todo. Y de padres a hijos, de niños a abuelos, de amigos a amigos, de novios a novias... de todos para todos. Por eso, una vez concluida la campaña navideña, los primeros días de enero ya podías intuir la próxima gran celebración cuando ibas al super en busca de cereales o jabón para la ropa. En el apartado de tarjetas, habían desaparecido las de Merry Christmas y habían sido sustituidas por las de Happy Valentine's day. Tarjetas y tarjetas cubriendo estantes, infinidad de tarjetas, la mayoría con un corazón dibujado y con el rosa como color predominante. Tarjetas que bendecían a tu marido, tarjetas divertidas un poco picantes, tarjetas para decir a tus hijos lo maravillosos que son...colocadas estratégicamente en unos estantes donde la gente está obligada a pasar por delante. En los supermercados u otros establecimientos parecidos, abundaban además las chocolatinas o los bombones envueltos en cajas en forma de corazón de color rojo y las cosas de casa en forma de corazón (ya sea un marco de fotos o un cojín para el sofá). Difícil era durante este mes largo que no cayeras en la tentación de comprar alguna cosa con forma de corazón.
El amor en las escuelas:
Unos quince días antes del Valentine's day, los niños llegaban a casa con una carta de su profesora. Si te acordabas de abrir su maleta y revisar (o husmear) entre los papeles esparcidos, podías ver la carta de la profe dónde indicaba que en la escuela se celebraría el Valentine's day y que si los niños querían hacer "Valentines", debían hacerlo para todos los compañeros de su clase. No valía para unos si y para otros no. Adjunto al papel, un listado con todos los nombres de los compañeros de clase y profesores, para que no se olvidaran de ninguno. Yo, aunque lo intuía, no sabía del cierto que era un Valentine. La pobre profesora me sacó de dudas diciéndome que era... una tarjeta de felicitación!!!!
Así pues, me fui a comprar 50 tarjetas de San Valentín (tengo dos niños con unos 25 compañeros de clase por cabeza) y empezamos a rellenarlas. Debo decir, aunque esté mal, que compré no las más bonitas, sino las más baratas. ¡Eran 50, y no cincuenta sombras de Grey precisamente, eran 50 tarjetas para unos niños que apenas saben leer! Y debo aclarar que salieron bastante resultonas. Mis hijos practicaron caligrafía gracias a los Valentines durante toda la semana.
El amor en los restaurantes:
Para celebrar el dia del amor, nuestra familia en pleno (el padre de mis hijos, mis hijos y yo), decidimos ir a comer a un restaurante. Un restaurante con unos bocadillos de langosta (lobster) sabrosísimos! (no, no voy a contar calorías, no voy a contar calorías). Este restaurante en concreto estaba especializado en langosta, muy típica de estos parajes, y demás tipos de pescado. En la entrada, además de la chica del mostrador, un cartel nos daba la bienvenida ¿Cómo? con un dibujo de dos peces besándose!!!!!! Por lo demás, los camareros no daban besos, no iban con corazones tatuados, las mesas no tenían manteles rosas o rojos... pero eso si, el cartel de la entrada te daba la bienvenida a ti... y al amor (aunque pasado por agua a través de dos truchas besándose).
El amor en casa:
después de darnos las correspondientes tarjetas de Valentine's, los niños a los padres, los padres a los hijos, el padre a la madre y la madre al padre, padre y madre esperaron a que los niños se fueran a la cama. Al cabo de más de una hora intentando que se durmieran (el padre contando el cuento de unos tres cerditos muy "sui generis"), la pareja de enamorados (ese padre y madre cansados), se vistió de gala (ella con un vestido y él con una camisa blanca y unos pantalones modernos), abrieron una botella de champán y comieron fresas. Hablaron largo y distendido de todo y de nada, mientras la bebida y la comida iba desapareciendo. Eran ellos dos, con sus historias, sus risas, sus miradas cómplices. Ellos dos que se conocen ya de muchos años, que han compartido cosas buenas y cosas malas. Ellos que tienen dos tesoros en común durmiendo en una habitación cercana. Ellos dos con su amor por bandera. Ése, ese fué mi verdadero San Valentín.
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